lunes, 20 de junio de 2016

TECHO DE CRISTAL


Y en un momento en el que comenzaba a andar con soltura sobre el hilo de funambulista que es actualmente mi caótica rutina, llega una llamada y el hilo se tambalea. Y otra vez a plantearme si irme o quedarme; si soltar lo bueno conocido o coger lo ¿posiblemente bueno? por conocer; a decidir sobre si ascender o no en la escala falocéntrica social; ¿pueblo o ciudad?; ¿institución o asociación?

Hasta hace no pocos meses me hubiera decantado sobre lo nuevo, la aventura, lo desconocido... aquello que pensaba que iba a aportar una visión nueva a mi carrera profesional y por tanto enriquecería mi vida personal.

Pero ahora todo es diferente, más bien ahora todo lo que ha cambiado es que soy MADRE. Y eso lo cambia todo. Madre sí; pero madre de las modernas. Soy de esas madres que trabajan fuera de casa, encima en algo que me encanta. Soy de esas madres que son conscientes de que además de madre, son mujeres y personas individuales, y tengo mis deseos, mis manías, mis hobbies y mi vida propia, a parte de mi vida de familia. De esas madres que tienen entre sus libros manifiestos feministas entrecruzados con estudios sobre crianza con apego, guías de viajes y ensayos sobre política internacional... De esas madres, que solo por el hecho de serlo en ésta época y en ésta sociedad, cada día sufren pequeños ataques de culpabilidad, porque si se van a trabajar, descuidan la casa, y si dedican tiempo a tareas del hogar, descuidan su propia libertad.

Y me encuentro en la encrucijada de seguir trabajando a media jornada en el pueblo o irme a la ciudad a tiempo completo, a trabajar para la administración en un puesto muy enriquecedor, durante 5 meses.

Mi trabajo es modesto, pero es maravilloso. Trabajo con alma en una ONGD en mi Valle, con gente increiblemente buena (de corazón y profesionalmente) a mis costados, y con un valor humano extraordinario que ha hecho posible hacer más llevadera mi vida familiar, un poco compleja, por la enfermedad de mi hija. Esto se une al apoyo familiar que tengo, que no es poco, y lo que podría ser un triple salto mortal sin red, se éstá convirtiendo poco a poco en un salto de “más difícil todavía”, complicado, pero que con trabajo y esfuerzo se consigue.

Ya está decidido, ¡me quedo en el pueblo! Y he aquí, que hace aparición en este circo de lo absurdo, mi formación en género a recordarme el TECHO DE CRISTAL1 y el SUELO PEGAJOSO2.

Aún a sabiendas de estar engordando las terribles estadísticas que nos excluyen a las mujeres de las esferas de poder. Y no es que no tenga ambición, que la tengo. Es que quiero jugar a otro juego.

A un juego en el que la felicidad se encuentra en dosis más altas en la ruralidad, y no en las ciudades y el dinero. Al juego en el que la familia está cercana; a ese en el que “mucha gente pequeña, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.

Así que ¡se acabó de poner por encima de todo el éxito profesional o la riqueza monetaria! El mundo falocentrico ciudadano consumista se combate con ruralidad cooperatista con energía femenina.

Puede que esto solo sea un discurso de panfleto para darle la vuelta a los conceptos de techo de cristal y suelo pegajoso. O puede que lo que digo, siento y creo, cada vez está más cerca de lo que hago. Y a eso se le llama re-evolución interna.


1Techo de Cristal:. Se trata de un techo que limita las carreras profesionales de las mujeres, difícil de traspasar y que les impide seguir avanzando. Es invisible porque no existen leyes o dispositivos sociales establecidos y oficiales que impongan una limitación explícita en la carrera laboral de las mujeres

2 Suelo Pegajoso: se refiere a las tareas de cuidado y vida familiar a las que tradicionalmente se ha relegado a las mujeres