Noche del 15 de Abril 2016
Después de un parón de unos meses,
aquí estoy de nuevo escribiendo y como casi siempre, a modo de
terapia personal.
A algunos, entre ellos mi pareja, esto
de que airee tan alegremente mi vida privada a cualquiera que se pare
a dedicarme diez minutos de su tiempo, les parece poco discreto y
hasta de mal gusto. Pero a mí me suele dar igual lo opinen otros en
general de lo que hago o dejo de hacer. Así que aplicando la máxima
de “al que no le guste, que no lea” ahí va un pedacito más de
mi vida, que tengo las ganas de soltar en este blog.
Para el que no lo sepa, el 23 de Enero
de 2016 me convertí en madre y como ya hay mucha verborrea sobre el
tema, no me voy a explayar demasiado en lo mucho, muchísimo que
duele el parto (más la dilatación, la verdad) y la felicidad
plácida y placentera que se siente momentos después, al ver su
carita redonda...la habitación se inunda de su luz y... bueno,
bueno; que he dicho que no me quiero explayar en esto. En esos
primeros días de extrema felicidad mi tiempo fue para sentirla y
vivirla, no para escribirla.
Y así lo que antes era “El mundo y
la Karmela” ahora se ha convertido en “El mundo, Mario, Celia y la Karmela” y he pasado de pensar por y
para una a pensar por y para tres. Y eso te deja menos tiempo a tí
misma de lo que yo me imaginaba. Vamos, que ya no tengo tiempo ni
para cagar tranquila y agusto.
Ya había pasado un mes de su
nacimiento y mi hija, glotona, curiosa y simpática, crecía,
engordaba y actuaba según los estándares, cuando comencé a notarle
un tic en el ojo. Al principio no le di mucha importancia, pero el
tic se repetía cada vez más veces a lo largo del día y comencé a
asociarlo con otros movimientos que le había hecho anteriormente y
empecé a intuir que eso no era normal. Después de señalarlo a la
pediatra y a personas de mi entorno, que como yo en un principio, no
le dieron importancia, como insistí en que aquello no era normal y
el tic persistía, la pediatra finalmente nos derivó al especialista.
Y aquí estoy, viviendo en el hospital
desde hace casi tres semanas, con un diagnóstico de Epilepsia para
mi hija de dos meses y medio, sin que esta responda demasiado a los
fármacos y sin conocer la causa de su enfermedad.
Y llegó la hora del tópico típico,
de “no sabes lo que sufre una madre por su hijo hasta que eres
madre” pero es que es verdad. Se me parte el alma cuando la oigo llorar desconsoladamente en una prueba y no puedo hacer nada; o
cuando tiene la enésima crisis del día y los fármacos no le están
haciendo efecto. Y yo ni sé, ni puedo hacer nada más para aliviar
su dolor o para curar su enfermedad. O quizá sí....
Superado el estado de Shock que sufres
cuando te dan un diagnóstico de epilepsia, comienzan las dudas a las
que ni siquiera el médico sabe responder ¿esto se cura? ¿se opera?
¿le causará daño o retraso en su desarrollo? ¿a ella le duele?
¿porqué le sucede?
Unes amor de madre con curiosidad
científica innata y mi costumbre de preguntarlo todo, y en menos de
un día y medio estoy segura de que en la planta ya se me conocía
como “la pesada madre preguntona de Celia”. Además, la niña
mulata y el padre negro y nos hemos convertido en un instante en los
famosos de la planta. Tu vida pasa a ser sin quererlo el tema de
tertulia de los cafés del personal sanitario y de limpieza.
Y aquí es donde comienzan los
comentarios desafortunados por parte de algunos trabajadores como “
a tu niña no le pasa nada, lo que pasa es que estás obsesionada con
ella” o “necesitas ir a por el segundo y así se te olvida”.
Pero en fin, idiotas supongo que hay en todas partes, aunque para
soltar esas mierdas cuando tú menos lo necesitas, se podían meter
la lengua en el culo (con perdón) que más a gusto estaríamos los
demás.
Y después del shock, comienza la pena
y el miedo, que se pasa mal, pero afortunadamente para mí, creo que
estoy superándola y ha llegado el momento de la acción. Comienzo a
investigar, a saber, a conocer. A leer sobre fármacos, otras
terapias, asociaciones, tipos de epilepsia, consecuencias... Y
empiezas a darte un poco más cuenta de la realidad y a ponerte en el
mejor y en el peor de los casos. Y a pensar como puedes darle a tu
hija lo mejor para ella, para que desarrolle herramientas para ser
fuerte. Porque soy de las que piensa que los límites tienen más que
ver con la voluntad que con la capacidad.
Así que mi Celia querida, no se lo
fácil o lo difícil que se te va a presentar la vida, pero con la
fuerza que has venido al mundo y lo cabezotas y perseverantes que son
tus padres, se que coraje y voluntad no te van a faltar para llegar
hasta donde te propongas. Hasta donde desees..Si quieres, puedes. No
veas tu enfermedad como un límite, sino como una característica que
te hace única y extraordinaria. Yo estaré ahí al ladito para
animarte en aquello que hagas, y si es necesario, ayudarte a levantar
cuando te caigas. Ah!! Y se que no estamos solas!! Tenemos un
equipazo de tíxs, primxs, abuelxs y demás familia y amigxs, que se
les cae la baba con una mirada tuya. El mundo está a tu favor, mi
vida, aprovéchalo!!!