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Son las 6 de la mañana y llega a albergue Nicole, una amiga de
Celeste que pasará con nosotros varios días. Hoy el día promete
activo desde primera hora. Además, Fátima llega también hoy. Nos
dicen que el tren llegará a la tarde. Vienen más de 800 migrantes y
pregunto qué haremos si todos vienen acá. En este albergue no
entienden de límite de capacidad. Si no entran, hay muchas
colchonetas y dormirán donde sea, y la comida.... pues ya veremos,
pero tendrá que haber para todos. Hoy sí haremos pan, que será de
plátano porque hay muchos apunto de echarse a perder. Además hoy
llega también la fruta y la verdura. Es la que sobra de uno de los
mercados cercanos, y llega en muy malas condiciones. Hay que
seleccionarla y sanearla. La primera vez que lo vi me dio un poco
de... En fin, que hay que pelearse con las moscas para sacar
provecho. Afortunadamente, después de seleccionada y saneada tiene
buena pinta. Nos confirman que el tren llegará a las 5. Todos a
prepararse que comienzan las prisas. Algunos de los voluntarios se
van a la estación y otros nos quedamos acá, porque muchos se bajan
directamente sin que el tren pare y hay que estar. Me preguntan si
quiero revisar (cachear) yo a las mujeres. Puedo hacerlo, pero lo
cierto es que no quiero. No me gusta que me lo hagan a mi, por tanto,
yo no lo hago. Entiendo los motivos por lo que tiene que ser así:
hay que revisar si llevan algún tipo de arma o traen teléfono móvil
(no se permite su uso dentro del albergue por cuestiones de
seguridad). Finalmente lo hará Celeste y yo me dedicaré a hacer
fotos para el registro. Ya viene el tren. Desde que suena la sirena
me dan escalofríos. Me cuesta mucho, muchísimo entender porqué
emprenden el viaje, y siento que a muchas de éstas personas les
pasarán cosas muy feas a lo largo de México. Su calvario no acaba
más de comenzar.
Por eso, aunque lo único de lo que tengo ganas ahora es de irme y
echarme a llorar o gritar, en definitiva, sacar la rabia que tengo
dentro, paso toda la tarde con la mejor de mis sonrisas, dando la
bienvenida a los que llegan y sacándoles foto para el registro. 123
migrantes. Esos registramos hoy. Casi 3 horas sin parar y muchas
historias que te revuelven las entrañas.
Un niño de 17 años, hondureño. Viaja solo, huyendo de sus padres
porque se peleaban y le pegaban. Él no tiene a nadie y viene hasta
México a buscarse la vida. Pregunto a Fátima si se le puede desviar
a servicios sociales. Dice que eso nunca funciona. Seguirá su camino
solo. Ni siquiera tiene un número de teléfono al que llamar para
decir que está bien. Tiene una cara tan inocente...
Dos hermanos menores con apellido impronunciable, también
hondureños. Uno de ellos es sordo y no se comunica tampoco en lengua
de signos. Ellos sí van a Estados Unidos.
Llegan también varias mujeres. Una de ellas con un bebé de no más
de 2 años y embarazada de 5 meses. Todas ellas tienen cara de estar
exhaustas. La mamá apenas tiene fuerza para llevar en brazos a su
bebé. No trajo pañales y encontramos un pañal de adulto en el
almacén que “tuneamos” con celo y convertimos en dos de niño.
Mañana Médicos Sin Fronteras los vera.
Un señor, con las manos totalmente hinchadas por picaduras de
avispa. Otro señor, viejito, con los pies hechos polvo de la
caminata hasta Arriaga. Otro hombre, con una brecha enorme en la
cara. A éste lo llevan al hospital. Sus propios compañeros le
atacaron para robarle.
Mientras registro pienso en Honduras. Casi todos los que llegan son
de allá. Casi todos varones. El país debe de estarse feminizando
porque realmente son muchos los que vienen. Familias enteras rotas
por el sueño americano. Y este sueño, miles de veces se convierte
en pesadilla, o en un sueño repetitivo de deportaciones y viajes
peligrosos.
Agricultores, albañiles, peones...algunos de los migrantes no saben
ni su fecha de nacimiento. Algunos, solo tienen un apellido. El que
tiene suerte, tiene a alguien en Estados Unidos, pero de esos llegan
pocos al albergue; bajan antes y se van con los coyotes, que a cambio
de dinero, les indican el camino; eso, en el mejor de los casos,
porque en otros, están en contacto con las mafias y los policias
corruptos para robarles, secuestrarles o extorsionarles.
Para más suerte a las 19.30 aproximadamente se pone a diluviar. Cada
uno se refugia donde puede. Esto hace que haya más migrantes que
vengan, porque no pueden dormir en la calle. Sacamos colchonetas en
la noche y se acomodaron entre el comedor, la capilla y los porches.
Espero que descansen.
Hoy he decidido salir a correr con Fátima, creo que lo necesito. Ya
dos personas me preguntaron que si estaba triste y no paro de darle
vueltas a la cabeza. Desafortunadamente, todo está embarrado y es
imposible salir a correr. Me meto en la cama, pensando que mañana
será otro día. Sueño mucho: con mi familia, con mi abuela, con mis
amigos, sueño que estoy en un lugar alto y tengo miedo de caerme.
La mañana siguiente me despierto a las 6. La mitad de los migrantes
de anoche se han ido; estaba dilubiando cuando salió el tren para
Medias Aguas. Espero estén bien.
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