Aludidos
Aludidos
Regalo
narices de payaso, porque eso es lo que se me da mejor, ser payasa.
Una
se pasa la vida intentando (aunque esta palabra me suene tan mal como
le suena a Jonás “reinventando”) “ser feliz haciendo felices a
los demás” (B.P), y se encuentra con un sinfín de interrogantes
que no es capaz de descifrar.
No
soy mala... o al menos, nunca tengo la intención de hacer el mal,
aunque a veces mis actos duelan en lo más profundo a personas que no
se merecen sufrir mi ineptitud. Me gusta preguntar antes de hacer,
cuando se que el hecho puede ser ofensivo para alguien. Y resulta que
ya solo la pregunta es ofensiva a veces.
Ofrezco
mis bienes y mis conocimientos, que son muy pocos, pero a veces
necesarios y suficientes para quien los recibe, y como buena scout
intento (de nuevo la palabrita), no esperar NADA a cambio. Pero creo
que esperar un simple “¿cómo te va?”, después de ofrecer tu
vida... a eso... a eso no se le puede catalogar como ALGO. Esa
cortesía de consideración hacia tu ayuda abnegada es un NADA
necesario.
Un
tiempo pensé que era rencorosa... pero lo cierto es que no soy tan
pura en convicciones como para serlo. Para tener rencor tienes que
tener los conceptos bien claros, y de cosas claras, por suerte o por
desgracia, carezco en gran medida.
Tengo
el don o el defecto de perdonar las ofensas, vengan de donde vengan.
En mis casi 27 años de vida, no le he retirado la palabra a nadie, y
espero no hacerlo nunca, porque eso me llevaría a replantearme la
condición humana, que se me antoja más del lado de la bondad. Y
este antojo es de los pocos de los que no deseo librarme.
No
corro la misma suerte que otorgo yo a la humanidad, puesto que
existen en mi historia personas que me retiraron la palabra. No se si
por no perdonarme alguna ofensa o por ser yo una persona que resulte
a veces insufrible. No lo se porque esas personas tienen en común la
no confrontación. Nunca se exactamente que he hecho para que retiren
el saludo.
Regalo
narices de payaso, porque eso es lo que se me da mejor, ser payasa.
Curiosamente,
cuando sí conozco un acto dañino de mi persona hacia otra, siempre
he conseguido solucionarlo. Se pedir perdón, arrepentirme y enmendar
mis errores. Esas personas siguen hablando conmigo.
Pero
las que me retiran la palabra ni siquiera me conceden el privilegio
de enmendar. Y no puedo enmendar porque no suele haber error que
pueda reconocer, y como me retiran la palabra, no tengo la
oportunidad de saber qué hice mal.
Por
eso, regalo narices de payaso. Porque eso es lo que se me da mejor,
ser payasa.
El
enfado proviene del querer o del desear. Uno solo se enfada con
alguien cuando lo que hace ese alguien le importa tanto, que el que
no coincida con nuestros deseos nos enfada. Por ejemplo, yo pude
estar muy enfadada con George Bush por la guerra de Irak, hasta creo
que quise que alguien le borrara del mapa. Pero ese enfado provenía
claramente del deseo interno de no querer que hubiese una guerra y de
la convicción del poder de George Bush para saciar mi deseo. Como no
lo sació, me enfadé. Ya le perdoné, me resulta más títere que
malvado.
En
mi estado de enfado, si George Bush hubiera sido mi amigo, nunca le
hubiera retirado la palabra. Al contrario, es el momento de intentar
comprender porqué actúa de esa manera, y para eso, qué mejor que
hablarlo con él. Si nuestras opiniones son muy dispares, solo cabe
aceptarlo (como bien me ha enseñado Martín) y centrarme en lo que
sí tenemos en común, restando importancia a nuestras diferencias.
Pero no retirarle la palabra... porque eso significa que el enfado
sigue latente.
No
quiero olvidarme de la gente que ha sido importante para mí durante
algún tiempo y algunos, hoy por hoy, no me hablan. Por eso la no
confrontación de las personas que me retiran la palabra me enfada.
Me obligan a olvidarlas, pero no soy capaz porque el problema no se
soluciona y la herida se queda abierta.
Así
que regalo narices de payaso, porque eso es lo que se me da mejor,
ser payasa. Estoy obligada a olvidar, sin poder olvidar, a las
personas que me duelen. ¡¡Eso si que es ser payasa!!
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