Tonga soa!!
Tonga
soa!! ¡Bienvenida!
Llegué. Después de dos vuelos, una estancia en hotel y 10 horas de
taxi brousse, he llegado a Fianaratsoa. La entrada en el país fue
altamente kaótica. Los controles de visado parecían opcionales,
pero yo esperé parcientemente mi turno. Mi maleta tardó en salir y
dos horas horas después estaba en el hotel. No me ducho, miedo que
me piquen los mosquitos, y la bonita cama de matrimonio, que tan
apetecible parece, es un saco de muelles una vez que la pruebas. No
pasa nada, con lo cansada que vengo, duermo del tirón.
Son las 4.30 a.m.¡En pie!. El taxi me espera para llevarme a la
estación. No es de día y multitud de personas ya caminan por las
carreteras para comenzar la jornada. Me sorprende ver a tanta gente
tan activa a esas horas. En la estación, kaos de nuevo. Tres chicos
me quieren dirigir y llevar mis maletas, pero me resisto, aunque con
el sueño que tengo no me estoy enterando de nada. Saco el billete,
vuelvo al taxi a por mis maletas, y siguen allí. Finalmente me
llevan hasta el autobús que me corresponde, y me sacan los cuartos.
Casi todo el dinero aquí es papel moneda, y aún no me entero de los
precios. Con eso y la tostada mañanera que me tengo, seguro que me
han timado como una alemana comiendo paella en la costa mediterránea.
Ya con mis maletas en el autobús, y habiendo comprado agua y pan
para el camino, espero pacientemente 2 horas y media a que el taxi
brousse se decida a arrancar. Entre tanto observo la asombrosa
habilidad de los malgasy para cargar bacas de furgoneta. Es de
película.
El viaje, en furgoneta de 20 plazas, con 24 personas dentro, no se me
hace ni corto ni largo. Consigo dormir en varios tramos, aun a pesar
de lo incómodo del asiento. Entre los viajeros, hay varios niños
pequeños (uno de ellos, no para de vomitar), una mujer embarazada, y
bastantes hombres jóvenes. Charlo en francés con un par de
pasajeros, pero el idioma me está fallando más de lo que pensaba, y
les entiendo solo a medias. El resto del viaje lo paso mirando por la
ventana el nuevo mundo que me espera.
En el primer trayecto, en esencia, se parece a la américa latina que
conozco, pero con el polvo de Marruecos. La carretera tiene baches,
pero está asfaltada, y el señor conductor corre más de lo que
debiera. Los mercados son más escasos y menos coloridos, y el
paisaje, lleno de huertos y campos de arroz, confirman que aquí la
comida no sobra; hasta el último rincón de la cuneta parece
sembrado. Los huertos se alternan con montañas de ladrillos
manufacturados de arcilla. La imagen de una niña de no más de 10
años portando en su cabeza una fila doble de 7 pisos de ladrillos me
hace pensar que este pueblo es físicamente superior. La pobreza
machaca los músculos más que el gimnasio. Además, mirar a los pies
de la gente me hace recordar donde estoy, la mayoría están
descalzos y machacados, los zapatos delatan a los estómagos más
llenos.
Más tarde, la selva y las montañas van apereciendo tras mi ventana,
y los ríos, más que ríos, son sucesiones de campos de arroz.
Durante el trayecto paramos dos o tres veces a comer algo y hacer
nuestras necesidades en la cuneta. Las papeleras no parecen existir,
y en general todo se tira al suelo.
Ya en Fianaratsoa una hora antes de lo previsto por la prisa del
conductor, llego a la casa de voluntarios de la Fundación Bel
Avenir. Diego, Tibó y Veronique me reciben con los brazos abiertos y
un pastel de plátano hecho por Veronique, mi homóloga en
Fianaratsoa. Después de un paseo por el barrio de compras con con
Veronique y Diego, mi compañero almeriense de Mangily, preparamos la
cena que se acompañará con vino y jamón de Extremadura. Bonita
entrada en el país ¡Tonga Soa a Madagascar, Karmela!
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